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(as of Jun 30, 2024 02:32:47 UTC – Details)
«creo que deberíamos casarnos».
Priya Pillai levantó la vista de su escritorio y encontró a Christian Mikkelsen, genio de la tecnología, creador de caos y playboy absoluto, apoyado en su mesa y mirándola con una intensidad que no pudo ignorar. El corazón le dio un vuelco ante la ridícula propuesta que acababa de hacerle, con la misma naturalidad con la que ayer le había preguntado si le acompañaría a una conferencia en Suiza. Sus ojos azules, normalmente llenos de picardía, brillaban con determinación.
Christian, además de su jefe y director general de Modi Mikkelsen Tech, era el mejor amigo de su difunto prometido y el hombre con el que más había contado en los últimos meses. A pesar de que nunca habían estado muy unidos antes de que Jai muriera hace un año.
Con sus largas piernas estiradas y sus anchos hombros llenando su visión, su físico era cada vez más difícil de ignorar, sin contar con el hecho de que poseía un encantador carácter juguetón que la distraía en el mejor de los casos. Tenía el habitual trozo de madera y un pequeño cincel en la mano. Su mirada pasaba de la cara de ella al bloque de madera, de un lado a otro, mientras tallaba su rostro.
Al principio, le resultaba desconcertante encontrar su mirada fija en ella. Jai había mencionado una vez que a Christian le ayudaba a concentrar gran parte de su inagotable energía tener las manos ocupadas de aquella manera. Christian era un genio con los números y los códigos, veía patrones donde nadie más podía. Pero hasta que Priya no vio la miniatura que había esculpido del rostro de Jai, la profundidad del carácter que había captado, no se dio cuenta de cuánto más había en Christian.
Mucho más allá de la buena apariencia, el encanto fácil y la mente aguda.
Sacudiendo la cabeza, Priya volvió a centrarse en la pantalla del ordenador. Estaba a punto de descifrar el algoritmo que llevaba días bloqueándola. Dio un sorbo a su café y pulsó Compilar. Sólo entonces volvió a centrar su atención en él. «Es demasiado temprano para tus bromas, Christian», dijo, manteniendo un tono informal. Advirtiéndose a sí misma para no traicionar
su creciente fascinación por cada matiz de su rostro, sus gestos y la energía apenas contenida que desprendía.
Pero no pudo evitar darse cuenta de que, aunque llevaba un traje gris impecable con una corbata azul que ella le había comprado hacía dos Navidades, no se había afeitado esta mañana. Un vello rubio oscuro le cubría la mandíbula y unas manchas oscuras resaltaban el azul de sus ojos.
¿De la cama de quién te has levantado esta mañana? quiso preguntar. ¿La supermodelo Stella o la futbolista Ellen?
En realidad, si lo pensaba -cosa que hacía con demasiada frecuencia-, Christian era al menos un playboy con las mismas oportunidades. No parecía tener un tipo concreto -o más bien cualquier mujer que le interesara era su tipo- y él…
«¿Por qué me miras así?», preguntó, pasándose una mano por la mandíbula. Sus cejas se juntaron, formando esa línea entre ellas que ella quería trazar con el dedo, que a veces quería tocar con…
Ella ahogó un gemido y apartó la mirada.
¿Qué demonios le pasaba? ¿De dónde le venían todos esos pensamientos inútiles e inapropiados? ¿Cuándo había empezado a recopilar una base de datos de los gustos y aversiones de Christian por una mujer?
Había creído que estaba resolviendo el problema de una madre excesivamente protectora, que a veces la dejaba sin aliento. Mamá siempre había sido una leona debido a la mala salud de Priya. Su enfermedad cardíaca, las numerosas entradas y salidas de urgencias de niña y adolescente… habían hecho que su madre estuviera siempre hiperactiva.
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